1.2 Tal - Giterman

Tal - Giterman
Leningrado 1951

 

44.  Kf3 Bf7 45.  Bb7 Bg8 46.  Ke3 Bf7 47.  Bf3 Bg8 48.  Kd2 Ba2 49.  Be2 Bd5 50.  Bd1 Bg8 51.  Kc3 Bf7 52.  Bb3 Be8 53.  Bd1 Bf7 54.  Bf3 Ba2 55.  Bc6 Bg8 56.  Bb5 Bd5 57.  Be2 Bf7 58.  Bc4 Be8 59.  Kb3 Bc6 60.  Be2

 

En este momento finaliza la danza de los alfiles.

 

60...  a4 61.  Kb4 Kf6 62.  Kc5 Be8 63.  Bb5 

Las negras abandonaron.

Jugué la final en el cuarto tablero, y por aquel entonces ya tenía una sólida reputación de táctico-romántico que sólo piensa en sacrificar piezas. Teniendo en cuenta los intereses de nuestro equipo, mi capitán me aconsejó jugar con serenidad y moderación. Durante la primera vuelta, en una conocida variante de la defensa Caro-Kann, sacrifiqué un peón; consideraba que al menos eso tenía derecho a hacer. Pero el desarrollo del ataque exigía el sacrificio de otro peón e incluso el de una torre; yo, recordando las indicaciones de mi capitán, empecé a buscar una solución terapéutica a la posición, y como consecuencia de ello me faltó tiempo y perdí la partida. Ese era el resultado que obtenía siempre que trataba de jugar moderada y prudentemente. Sólo cuando mis rivales me llevaban a dificultades aparentemente insolubles, lograba encontrar el camino del éxito.

A finales de 1950, cuando ya era considerado un fuerte ajedrecista, debuté en el campeonato absoluto de Riga. En los cuartos de final obtuve 12 puntos y medio de 13 posibles, obteniendo así la norma que me permitía subir a primera categoría. Pasé a la final, pero en ella sólo pude obtener 9 puntos de 19 posibles, alcanzando la posición 11ª 14ª.

Lo único que me consolaba era lo siguiente: en la final participaban dos maestros: Alexander Koblenz -mi futuro entrenador- y el moscovita Eugenio Zagorianski. También jugaban cinco candidatos a maestros y tres ajedrecistas de primera categoría. Contra los maestros obtuve un punto y medio (y me produjo una satisfacción especialísima la forma como defendí una complicada posición contra Zagorianski) y contra los candidatos hice tres puntos y medio de cinco. En cambio, en mis encuentros contra mis compañeros de primera categoría obtuve sólo 4 puntos de 12 posibles.

No obstante, logré clasificarme para el campeonato de Letonia en 1951. Era mi cuarto torneo consecutivo, y se hacía evidente que debía prestar más atención a mis obligaciones estudiantiles. Como quiera que sea, estaba finalizando el tercer trimestre del año escolar.

El principio del torneo fue prometedor para mí. En la primera ronda logré salvar una partida contra Augusto Strautmanis: sucedió en ella justamente lo que más me emocionaba por aquel entonces; caer en una trampa y después buscar frenéticamente una salida y atrapar a mi contrincante (el lector puede encontrar esta partida en elcapítulo III).

Pero en la tercera ronda tuve un tropezón. Mi posición contra Igor Zdanov, candidato a maestro soviético, no era mala (incluso ahora, mi opinión al respecto no ha variado); jugando con las negras un ataque Marshall, había logrado organizar una interesante combinación que le permitió a mi rival coronar con jaque una segunda dama, pese a lo cual su posición era desesperada. Considerando que mi victoria era segura, hice una jugada descuidada y perdí una pieza. La partida aún podía haber terminado en tablas, pero yo me encontraba totalmente alterado por el fallo y terminé perdiendo. Después de este infortunio perdí, casi sin oponer resistencia, varias partidas más, y a falta de seis rondas para finalizar el torneo ocupaba uno de los puestos de la cola.

Felizmente empezaron las vacaciones escolares, lo que me permitió concentrar mis fuerzas y obtener 5 puntos en las últimas partidas. Por segunda vez me clasifiqué en el puesto 11º-14º.

Damski: ¿Habías pensado por aquel entonces en un futuro como jugador de ajedrez, o al menos obtener el título de maestro soviético?
Tal: Temo que suene un tanto falso, pero debo confesar que simplemente jugaba al ajedrez porque me producía un gran placer.
Damski: Pero anhelabas probar tus fuerzas contra algún maestro destacado, ¿no es así?
Tal: ¡Pues claro que sí! Y a veces me enfrentaba con alguno de ellos, en simultáneas. Mi primer encuentro de este tipo lo sostuve contra Paul Keres, nuestro vecino del norte e ídolo de todos los ajedrecistas jóvenes. Keres había llegado a Riga a jugar varias partidas, y yo consideraba un atrevimiento por mi parte el aspirar a enfrentarme a él mano a mano. A fin de cuentas yo no era sino un jugador de primera cuyo mayor éxito consistía en haber sido finalista del campeonato de Letonia. Por ello, me inscribí para jugar contra Keres en una sesión de simultáneas a diez tableros. En aquella ocasión el maestro estoniano sufrió dos derrotas: se las infligimos Aivar Gipslis y yo, ambos futuros grandes maestros. Yo estaba muy satisfecho de esa partida, no sólo por haberle ganado a Keres, sino porque le había derrotado en la variante Botvinnik del Gambito de Dama. Keres y Botvinnik fueron siempre grandes rivales, y yo pensaba que semejante derrota sería un fuerte golpe psicológico para Paul Petrovich. Al cabo de muchos años, cuando ya nos conocíamos bien por haber participado juntos en diversos torneos, le pregunté si recordaba nuestro primer encuentro ajedrecístico; Keres mencionó entonces una de nuestras partidas, sin recordar en absoluto aquella sesión de simultáneas. ¡Y yo, que pensaba que recordaría toda su vida su derrota en la variante Botvinnik!

En el campeonato de Letonia de 1952 adquirí la interesante costumbre -que perdura hasta la fecha de hoy- de perder la primera partida. Yo jugaba con negras, y la apertura fue realmente insólita. 1.e4 e5 2.Nf3 Nc6 3.Bd3?! Nf6 4.c3. Por supuesto, aquella derrota me dejó desolado, y recibí a continuación dos ceros más.

Mis estudios empezaban a preocuparme; había finalizado la enseñanza secundaria con quince años y medio, pues al ingresar me habían admitido directamente en el tercer grado. Entonces solicité la matrícula en la Facultad de Derecho; pero me explicaron, lápiz en mano, que terminaría la carrera a los veinte años, mientras que, conforme a la legislación vigente, sólo podía ejercer como abogado a partir de los veintiuno; de modo que, finalizada la Universidad, me vería obligado a holgazanear todo un año. Solicitaron entonces más información de Moscú, y de allí enviaron un permiso especial en el que constaba que podía estudiar en la Facultad de Filología. Al llegar este permiso me hallaba envuelto en uno de los torneos juveniles; puesto que siempre me había gustado la Literatura, no tenía nada en contra de la Facultad de Letras.

Entonces fue cuando empecé a jugar con ajedrecistas adultos como integrante del equipo "Daugava", que en el Campeonato de la URSS participaba en segunda división. A propósito, allí sucedió un caso interesante: jugué una partida cuyo resultado desconozco hasta la fecha.

Sucedió durante la última ronda. Me encontraba en una mala posición, pero hacia el final logré "enturbiar las aguas" y mi rival, desconcertado y bajo la presión del reloj empezó a repetir jugadas. La repetición estaba un tanto camuflada, pero lo cierto es que la misma posición surgió tres veces. Conforme al reglamento, llamé al árbitro principal del torneo y, sin hacer mi jugada 55, le pedí que declarase tablas. Entonces mi rival, con voz sonora, dice que soy un mocoso y que no tengo ni idea sobre repeticiones, y enseña sus apuntes.

El árbitro repasa rápidamente los apuntes y me dice que no hay repetición y que hay que seguir el juego. Claro está que mi rival se recuperó rápidamente y, aprovechando su ventaja, logró vencerme. Pero después del encuentro me acerqué al suplente del árbitro principal y le pedí explicaciones. Inmediatamente reconstruimos la posición y pudimos confirmar que sí se habían producido las tres repeticiones reglamentarias. Momentos después, mientras meditaba si valía la pena formalizar una protesta, se me acerca el árbitro principal y, datos en mano, me convence de que la partida no tenía importancia alguna para mí, que nuestro equipo de todas formas ocupaba el tercer lugar y que yo no lograría obtener de ninguna manera el primer premio en mi tablero, y que por consiguiente no valía la pena armar un escándalo.

En cuanto se hubo alejado, se acercaron a mí los otros árbitros y me dijeron que el juez principal no era objetivo, y que debía presentar una protesta. Así lo hice, pero nuestro tren se iba esa noche, y hasta el día de hoy desconozco cual fue el veredicto del tribunal.

Hablando francamente, pronto dejé de pensar en aquel caso, ya que logré ganar el campeonato de Letonia; mi primer gran éxito. Por otra parte, no había tenido ni la más mínima posibilidad de no ganar, ya que cinco ediciones consecutivas del torneo, a partir de 1951, fueron ganadas por estudiantes del primer curso de la Universidad; sin duda una interesante tradición. En 1951 fue campeón Marco Pasman, de la facultad de Historia; en 1952, Yanis Klavin, de la Facultad de Físicas y Matemáticas; en 1954 Yanis Klovan, de la Facultad de Economía, y en 1955, Aivar Gipslis, también de Economía. En 1953 yo era el único representante del primer curso universitario en el torneo, y por consiguiente la victoria vino sola. A pesar de haber perdido con Alexander Koblenz en una partida que él recuerda hasta el día de hoy, mi juego fue fluido y exacto.

En mi partida con Koblenz jugué mal la apertura; pero luego Alexander cayó en una trampa táctica, y se quedó con muy poco tiempo para reflexionar. Traté entonces de precipitar las cosas, intentando explotar esta circunstancia, pero el que cometió un fallo fui yo, y perdí la dama. Koblenz, en apuros de tiempo, hizo su jugada 39 y se levantó, convencido de que había llegado al control. Mi deber era advertirle del error, y así lo hice. Koblenz, dudando, se sentó no obstante e hizo otro movimiento, unos segundos antes de que cayese su bandera; yo abandoné en el acto. Mi rival revisó de inmediato su planilla, descubrió su error y, a partir de ese momento, empezó a estimarme. Cabe decir que en ese momento nosotros dos éramos los únicos aspirantes con posibilidades reales de obtener el primer puesto; después, el maestro -como llamábamos a Koblenz- aflojó un poco su juego. En general, la juventud desempeñó un gran papel en ese torneo; así, cuando en otoño, finalizado el Campeonato juvenil del país, participamos en el Campeonato de la URSS, nuestro equipo era muy joven: Aivar Gipslis y Mijail Tal, de dieciséis años, Yanis Klovan, de diecisiete, y Koblenz, el único que podía presumir de cierta experiencia ajedrecística. Precisamente a él se dirigía Isaak Vistankis, un maestro lituano, al bromear: "¿Pero qué hace usted? ¡Si el día 1 de septiembre los niños deben asistir a las clases, y usted los tiene aquí jugando al ajedrez!" En ningún torneo nacional anterior el equipo de Letonia se había destacado especial mente, por lo que no eran muchos los que podían ver en nosotros a futuros finalistas. Pero luchamos con gran entusiasmo y no sólo conseguimos llegar a la final, hecho por si solo inesperado, sino que ocupamos el 4º lugar, por delante del equipo de Ucrania, y superando incluso al peligroso, aunque algo debilitado, equipo de Moscú. Klavin jugó magníficamente en el tercer tablero, y en base a los resultados obtenidos en el torneo se le concedió el título de maestro soviético. Yo también cumplí con los requisitos necesarios, pero la Comisión Clasificadora no se atrevió a otorgar el título a dos representantes del mismo equipo, por lo que a mí (que jugando en el 2º tablero había sumado menos puntos que Klavin) se me dio la posibilidad de realizar un match de promoción con Vladimir Saiguin, campeón de Bielorrusia durante muchos años.

Damski: Ya por aquel entonces jugabas partidas bastante importantes, a veces decisivas, ¿cómo se te daban?
Tal: No se me daban muy bien, que digamos. Sobre todo en las competiciones por equipos, donde me atormentaba un sentimiento de elevada responsabilidad. Trataba de contenerme, y siempre es difícil desarrollar un juego fuera del propio estilo. Difícil y desagradable. Más tarde, sin embargo, al cabo de unos dos años, las partidas importantes ya empezaron a dárseme mejor. Probablemente porque por aquel entonces había comprendido que no sólo yo estaba preocupado por el resultado, sino que a mi rival le pasaba igual.

El año 1954 comenzó para mí con un encuentro contra Keres. Fuimos a Tallin para participar en un torneo en el que, por lo general, siempre se desencadenaba una tenaz lucha en los tableros masculinos, mientras que en los femeninos las ajedrecistas de Estonia vencían fácilmente a las nuestras. No conozco la razón, pero el caso es que me pusieron a jugar en el primer tablero, sustituyendo a Koblenz, y cuando nos enteramos de que debía jugar contra Keres, mis compañeros empezaron a decir, con amargura: "Ahora tenemos tres tableros femeninos: el noveno, el décimo y el primero..." Ya en la estación ferroviaria de Tallin nos esperaba una sorpresa realmente agradable, pues entre los que vinieron a recibirnos vimos a Keres. El nos llevó en su coche al hotel y para cada uno de nosotros (¡aún éramos caso unos niños!) tuvo una sonrisa acogedora.

Esa misma tarde comenzó la primera ronda. Jugamos una defensa India Antigua y recuerdo perfectamente que ya en el 6º movimiento tuve deseos de cambiar las damas. Pero no quería mostrarme desesperado por hacer tablas; además, creí que no lograría mi propósito con un maestro como Keres.

Después jugué con cierta brusquedad; Keres tomó la iniciativa, y quedé maravillado al ver cómo él, apremiado por el tiempo, se dejó tan sólo 3-5 segundos para el último movimiento, sin temer la serie de jaques que podía seguir.

No quise aplazar la partida y abandoné. Pero en el segundo juego logré -conduciendo las negras- encontrar un truco muy interesante y hacer tablas en una posición muy desfavorable para mí.

Damski: No obstante, tú eras candidato a maestro soviético, mientras que Keres era el segundo o tercero en el mundo. ¿No sentías miedo al jugar con él?
Tal: No. Simplemente me resultaba muy interesante.
Damski: ¿Y no le has temido a nadie en todos los años que llevas jugando?
Tal: Antes de comenzar una partida contra Spassky o contra el propio Keres, que tenían puntaje favorable contra mí, yo podía estar intranquilo, sentirme incómodo, incluso temerles algo. Pero en cuanto me sentaba al tablero me olvidaba de todo: la lucha te invade.
Damski: ¿Y eso de intentar hacer tablas desde los primeros movimientos?
Tal: En toda mi vida ajedrecística me sucedió sólo una vez; en el campeonato de la URSS de 1955, donde después de los movimientos 1.e4 e6 2.d4 d5 tomé el peón de "d5". Me sentí terriblemente avergonzado y desde entonces me dije que jugar así era un delito contra el ajedrez, por lo menos cuando juegas con las blancas. Finalizado el campeonato por equipos se celebró el campeonato de Letonia. Según la tradición yo ya no podía ganar, pues estudiaba en el segundo curso de la Universidad; así pues, Gipslis y yo compartimos el 2º-3º lugar. Ese mismo verano jugué con Saiguin. Y es que la Federación de Ajedrez, al calificarnos, seleccionaba a nuestros examinadores con minuciosidad. Recuerdo que varios meses antes de convertirse en maestros internacionales y pretendientes, Petrosian y Jolmov también tuvieron que disputar matches semejantes.

Mis partidas con Saiguin fueron muy reñidas. La mejor resultó ser la octava, pero la que mejor recuerdo es la décima.