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Estrategia III (cartoné)

Mikhail Botvinnik. Campeón Mundial de Ajedrez.

Estrategia III (cartoné). 2108492517186

Formato papel

[Disponible]

PVP. 29,00€

Ficha técnica

  • Editorial: Editorial La Casa del Ajedrez
  • Fecha de edición: 3 de Noviembre de 2010
  • ISBN: 2108492517186
  • Fecha de edición:
  • Nº edición: 1
  • País: España
  • Idioma: Español, Castellano
  • Encuadernación: Cartoné
  • Peso: 720gr
  • Dimensiones: 170 mm x 240 mm
  • Nº páginas: 286
  • Materias: Libros / Biografías y partidas /

Tienda / Libros / Biografías y partidas /

Estrategia III (cartoné)

Mikhail Botvinnik. Campeón Mundial de Ajedrez.

Es imposible hablar de Mikhail Botvinnik (1911-1995) sin utilizar el término estrategia. Este genio del tablero, tres veces Campeón del Mundo, es el paradigma absoluto del juego estratégico. Su rigurosa preparación de aperturas, el control sobre los aspectos psicológicos del ajedrez, su capacidad para concebir planes y su talento innato, lo convierten en una de las personalidades más relevantes de la historia del ajedrez. Tal y como manifiesta Leontxo García en el excelente prólogo de esta edición: "…Aunque haya pasado medio siglo desde que Botvinnik exhibiera sus virtudes, continúa siendo un modelo para los aficionados del siglo XXI, como lo fue para los más brillantes productos de la escuela soviética, incluidos Anatoli Kárpov y Gari Kaspárov".


 


Tenaz maestro de campeones


Botvinnik fue, sin duda, el jugador más beneficiado de la historia por el polémico derecho a la revancha. Y además fue sobreprotegido por las autoridades soviéticas (hay sospechas fundadas de que el KGB copió los análisis secretos de uno de sus grandes rivales, el excampeón del mundo holandés Max Euwe, durante un viaje), especialmente en detrimento de Paul Keres, coetáneo de Botvinnik que mereció ser campeón del mundo. Pero sería muy injusto subrayar eso sin destacar al mismo tiempo el gran espíritu deportivo de Botvinnik y, sobre todo, su enorme capacidad para aprender de los errores propios y aprovechar los puntos débiles de sus rivales tras someter su juego a un análisis de entomólogo. Aunque haya pasado medio siglo desde que Mijaíl Moiséyevich exhibiera esas virtudes, continúa siendo un modelo para los aficionados del siglo XXI, como lo fue para los más brillantes productos de la escuela soviética, incluidos Anatoli Kárpov y Gari Kaspárov.


Pierde la corona ante Vasili Smyslov en 1957, pero la recupera en 1958; la pierde de nuevo frente a        Mijaíl Tal en 1960, pero vuelve a ganarla un año más tarde. En ambos casos, Botvinnik detecta con precisión de cirujano las pequeñas carencias –en el juego abierto de Smyslov y el cerrado de Tal– de ambos campeones efímeros, y conduce la lucha a esos terrenos en los encuen-tros de revancha. De cada uno de los duelos que disputó Botvinnik por el trono, así como de sus espléndidos rivales, se pueden escribir muchas páginas repletas de información interesante, pero ello supera con creces lo que debe ser el contenido de un prólogo como éste.


Sin embargo, conviene dedicar unas líneas más a subrayar la meticulosa preparación del sexto campeón del mundo, y sus horarios milimetrados: "Después del desayuno doy un paseo (una hora), luego preparo la partida (25-30 minutos), y entonces descanso un rato del ajedrez. Hora y media antes de la partida es el momento de comer, y luego una siesta de media hora. Descansar antes de la partida es muy beneficioso, puesto que te sientes con más vigor y, lo más importante, no te distraes con pensamientos extraños. Tras esa relajación me dirijo a pie hasta la sala de juego, lo que normalmente representa caminar unos 25-30 minutos antes de la partida".


Finalmente, Tigrán Petrosián le destrona en 1963, y la FIDE opta por abolir el derecho al desquite. El nuevo campeón, parco en palabras, expresa sin embargo su admiración por el destronado durante la ceremonia de clausura: "Todos nosotros somos discípulos de Botvinnik, y las generaciones venideras seguirán aprendiendo de sus partidas".


Pero la inmensa aportación de Botvinnik al ajedrez no terminó ahí, ni mucho menos. Además de ganar varios torneos importantes posteriormente, y de seguir firmando partidas inmortales hasta que decidió retirarse como jugador en 1970, emprendió dos proyectos gigantescos. Uno le salió muy bien (la escuela para jóvenes talentos) y el otro mal (la creación de una máquina "pensante"). Lo que él pretendía diseñar en los años ochenta (mucho antes de Deep Blue y sus impresionantes congéneres) no era un programa que calculase cientos de miles de jugadas por segundo sino un ajedrecista inhumano que jugase con la lógica de un gran maestro, con el fin último de trasladar después lo conseguido a campos más importantes que el ajedrez. Se sintió muy frustrado porque no le proporcionaron los medios necesarios para esa investigación. Nunca olvidaré esta frase, durante la larga conversación que mantuvimos en el Club Central de Moscú, en enero de 1988: "Cualquier estudiante en la Universidad de Pekín dispone de una computadora mucho más potente que la mía". Eran tiempos de la Perestroika (renovación) de Gorbachov, con cuya ideología de ruptura con el comunismo él no comulgaba, y probablemente ello influyó en su desamparo como científico.


Aquella entrevista con él fue entrañable, y me reafirmó en lo que se decía de su carácter. Para empezar, me consta que pidió previamente una información detallada sobre mí, para decidir si merecía la pena invertir tiempo en hablar conmigo. Luego, cuando su voz pausada y firme resonaba en su despacho de la segunda planta, él hablaba siempre con la convicción absoluta de quien tiene razón en todo cuanto dice, aunque también escuchaba mis opiniones con respeto y mucha atención, incluso con cierto cariño, disimulado, a otro ser humano que también dedicaba su vida al ajedrez. En todo caso, había varios temas en los que sus opiniones eran inamovibles, como una gran roca de granito clavada en la tierra durante siglos: las partidas rápidas son la muerte del ajedrez; los torneos por sistema suizo no son serios; Kaspárov debe abstenerse de propiciar rebeliones contra la FIDE, porque este organismo es la cuna de todos los campeones del mundo, y debe conservarse; el jugador profesional debe trabajar con el rigor de un científico y la disciplina de un deportista de élite… El paso de los años ha demostrado que tenía razón en algunos puntos, y no en otros.


A juzgar por lo que cuentan Kaspárov y otros muchos alumnos de la Escuela Botvinnik, esa mezcla de rigor, disciplina, sabiduría y cariño fue la clave del gran éxito que tuvo la iniciativa. Aunque Kaspárov y el insigne entrenador Mark Dvoretsky fueron quienes más tiempo pasaron en ella, basta citar unos cuantos nombres de alumnos para comprender su gran importancia: Kárpov, Balashov, Razuváiev, Timoshenko, Rashkovsky, Dolmátov, Yusúpov, Psajis, Ajmilóvskaia, Nana Ioseliani, Rozentalis, Ehlvest, Andréi Sokólov, Shírov, Krámnik… se concentraron con Botvinnik en intensas sesiones de diez días, tres veces cada año.


Kaspárov fue admitido por Botvinnik a los diez años (tras un interrogatorio implacable durante dos horas) y pronto se convirtió en el niño de sus ojos: el patriarca logró cupones de alimentos para el portento y su madre, un sueldo del club Spartak, invitaciones a torneos importantes… y también protegió al joven talento de la lejana Bakú (Azerbaiyán) del favoritismo hacia Kárpov que ejercían los burócratas del Kremlin, parásitos de los triunfos del campeón del mundo. Botvinnik tenía aún tanto prestigio que era poco menos que intocable, y por eso se permitía libertades por las que otros vieron arruinada su vida; por ejemplo, se negó a firmar un manifiesto de repulsa contra Víktor Korchnói cuando éste se escapó de la URSS.


Es probable que la excesiva confianza en sí mismo que suele mostrar Kaspárov sea una herencia de Botvinnik, y resulta evidente que éste cometió un gran error de evaluación cuando conoció a Kárpov: "Este chico tiene mucho talento, pero es tan débil físicamente que nunca será campeón". En todo caso, Botvinnik inculcó a Kaspárov la seriedad extrema en el trabajo, y ayudó a su alumno más aplicado en los momentos más dramáticos de su carrera. Por ejemplo, cuando iba perdiendo por 5-0 (se jugaba a seis victorias) el primer duelo contra Kárpov, en 1984, y estaba dispuesto a jugar como un kamikaze las partidas siguientes: "No, Gari, debes hacer justo lo contrario, no arriesgar y provocar una larga serie de empates para cansarlo, porque la mayor resistencia física es tu única arma en este momento. Kárpov te ayudará en esa estrategia porque no se conforma con ganarte, quiere humillarte con un 6-0 que te deje lastrado psicológicamente durante muchos años. Por tanto, él tampoco arriesgará". Como el lector recordará, o podrá comprobar en los archivos históricos, nunca le han dado a Kaspárov un consejo mejor que ése.


Mi último encuentro con el gran patriarca del ajedrez soviético ocurrió en Linares 1992, cuando fue invitado de honor al duelo amistoso Anand – Ivanchuk, al igual que Smyslov. En otro momento solemne que jamás olvidaré, los dos ilustres ancianos analizaban una posición en la sala de prensa. El joven gran maestro estadounidense Patrick Wolff no quiso limitarse a observar, y sugirió una idea. Botvinnik le interrumpió de forma abrupta: "Joven, ésa es una jugada de ajedrez rápido; aquí estamos hablando de ajedrez serio".


Cuando falleció, el 5 de mayo de 1995, a los 84 años, sólo desapareció la plasmación física de Mijaíl Moiséievich. Sus ideas, sus consejos (la mayoría aún válidos), sus métodos de entre-namiento y, sobre todo, el elevado número de grandes partidas que produjo le hacen inmortal, porque Botvinnik será siempre uno de los campeones más importantes de la historia del ajedrez.


Leontxo García, Octubre de 2010


 

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