1. Treinta años de ajedrez

Diálogo entre ajedrecista y periodista

Desde los tiempos de Ilf y Petrov nos resultan familiares las obras literarias escritas en colaboración por dos autores; por esta razón, y siguiendo el ejemplo de los celebrados escritores satíricos, los autores del presente libro trabajaron en perfecta y equilibrada colaboración.

Cambiaron ideas tanto en lo referente a la elección y análisis de las partidas presentadas (y cada uno aportó en este aspecto según su situación en el ranking Elo) como en lo relativo a los aspectos puramente literarios; los acuerdos no estuvieron exentos de discusiones, en especial cuando uno de los dos autores pretendía no interrumpir la labor mientras el otro, incomprensiblemente, prefería marcharse a participar en torneos interzonales y otras competiciones por el estilo.

Esto último explica el hecho de que las observaciones sobre las partidas se consideren obras de una sola persona. Lo único que tranquilizaba al coautor, a este respecto, era el conocido consejo de Maiakovsky, quien decía: "Al declararnos a una mujer nunca debemos decirle '¡la amamos!', porque ella contestaría: '¿Y cuántos sois?'".

Sin embargo, al corregir las numerosas variantes de apertura, éste coautor solía decirle al otro: "Realmente, nunca has sido un genio de la teoría...".

Lo único que no provocó jamás discusión alguna fue la decisión de los autores de no intentar abarcar lo inabarcable y de conferir al trabajo un carácter agresivo, de ataque.

Damski: Bien; comencemos, pues. ¿Pensaste alguna vez, en tu niñez, que llegarías a jugar un match por el título mundial? ¿Qué recuerdas de la primera partida que jugaste?
Tal: No, no pensaba en jugar por el título mundial, claro que no. Las competiciones por títulos mundiales son algo lejano, remoto, y la inmensa mayoría de los aficionados no puede participar en ellas. Y digo "aficionados" porque los profesionales también lo somos.

Mi primera partida... Cuando una persona se inicia en el terreno de las competiciones ajedrecísticas es como una persona infectada por bacterias de una gripe importada -digamos- de Hong Kong. Esa persona camina por la calle tranquilamente, y no nota en absoluto que está enferma. No le duele nada y se siente estupendamente; pero las bacterias ya están actuando en su interior.

El proceso provocado por el ajedrez es idéntico, aunque menos doloroso. Acaban de mostrarte cómo se mueve el caballo y de enseñarte que el alfil marcha en diagonal, la torre en línea recta y que la dama debe colocarse, al principio de la partida, en casilla de su propio color; juegas entonces tu primera partida y la pierdes. Pero si tu padre, o tu hermano mayor, o simplemente un conocido, quiere complacerte, le ganas y te quedas muy orgulloso de ti mismo.

Así van pasando los días hasta que, en un momento preciso, te das cuenta que si te falta el ajedrez te falta algo muy importante. Ya puedes entonces sentirte satisfecho: perteneces al grupo de personas que no poseen una inmunidad innata a la fiebre ajedrecística.

Yo fracasé en mi primera partida seria; la perdí contra mi primo. Y cuando recibí por primera vez un mate infantil fue como si me hubiese afectado una auténtica tragedia, pues por entonces yo me consideraba ya un ajedrecista experimentado: mis maestros eran gente amable, y durante mi aprendizaje yo obtenía más "victorias" que fracasos.

Tenía 10 años: aquella fue la primera tragedia de mi vida.

Tiempo después, y por razones alejadas del ajedrez (creo que quería inscribirme en un círculo teatral), pasé un día por el Palacio de Pioneros de Riga. En el pasillo había un cartel que decía "Sección de Ajedrez". ¡Estupendo! pensé. Llego y le cuento al primero que vea todas mis cuitas, y él me dice cómo debo ganar.

Y entré. De inmediato no me enseñaron nada; pero allí me quedé. Y me gustó. Tal vez, porque tuve suerte con mi primer maestro de ajedrez. Era Yanis Kruzkop, lamentablemente desconocido para la mayoría de los ajedrecistas. El enseñó a todos sus alumnos de la escuela a amar profundamente el ajedrez.

Al cabo de unos meses de entrenamiento empecé a ganarle a mi hermano mayor. Pero - y eso sí que me extrañaba- no sentía alegría alguna por ello, pues había comprendido que él no jugaba tan bien como yo había supuesto. Había llegado, entonces, el momento de buscar rivales más preparados.

Damski: Habla, por favor, de tus primeras partidas: tu primer torneo, tu primer encuentro con un maestro soviético, tu primera partida publicada en la prensa...
Tal: Mi primer enfrentamiento con un maestro fue en unas simultáneas. Había llegado a Riga el joven maestro Ratmir Jolmov, que acababa de participar con éxito en el Memorial Chigorin de 1947. Todos estábamos entusiasmados.

Esa partida la gané; incluso, según me parecía en aquel entonces, mediante una hermosa combinación:

Jolmov - Tal
Riga 1949

 

17...  Rd3

 

[17...  Qc7]

 

18.  ab5 Rf3 19.  Ra7 Qb5 20.  gf3 Qg5 21.  Kh1 Rg8

 

Las blancas abandonan.

El primer torneo serio en el que participé fue el campeonato juvenil de Riga (1948). Por aquel entonces yo estaba tan sólo en cuarta categoría, obtenida en el Palacio de Pioneros; pero como me consideraban en general un ajedrecista de futuro, me permitieron excepcionalmente participar en aquella competición.

Empecé muy bien; tres puntos de tres posibles. Y entonces... directamente de la sala de juego al hospital. Había tenido un ataque de escarlatina. Pese a este temprano abandono, una de mis partidas fue publicada en la revista juvenil "Animador".