Evocación de Dorian Gary

Nadie duda, por supuesto, que Mijail Tal es uno de los mayores ajedrecistas de todos los tiempos; pero en muchas personas anida la idea de que pudo aún haber dado más de sí, y de que si no lo hizo, fue a causa de una salud precaria.  

Resulta interesante comprobar cómo funcionan los estereotipos, hasta qué punto llegan a divorciarse de la realidad. Tal fue campeón mundial a los 24 años (en ese momento, el más joven de la historia), ganó más veces que ningún otro jugador el Campeonato de la Unión Soviética (con frecuencia más fuerte que cualquier Interzonal), ha sido Candidato casi permanentemente, y durante treinta años se ha mantenido porfiadamente en la élite del ajedrez mundial, con un Elo siempre superior a 2.600. Cuenta en su haber, además, con una espectacular victoria sobre Bobby Fischer por 4-0, y si bien es cierto que Bobby era entonces muy joven, no lo es menos que era ya Gran Maestro y campeón de los EE.UU. Ostenta el "récord" absoluto, entre los jugadores vivos, de tiempo sin perder una partida (un año y medio en 1974-75), jugando tal vez en pocos meses más torneos que los que jugara Capablanca en sus célebres 8 invictos años (1916-1924). Y por si todo esto fuera poco, en 1988 ganó el Torneo Mundial de partidas rápidas. No parece, en buena lógica, que haya derecho a pedirle más, ni aunque tuviera la salud de Sansón.  

Pero Tal no es importante tan sólo por la abundancia de sus éxitos, sino especialmente por la forma en que los ha conseguido. El mago de Riga, el combinador fulgurante que fue, en sus años mozos, conocido con el apodo de "La Llama", rompió toda una forma de entender y jugar el ajedrez y abrió toda una época. El juego técnico y pulcro de Smyslov y Botvinnik fue violentamente arrasado por aquel joven iconoclasta de mirada terrible, acusado de "bluff", calificado de "gángster del tablero" y denunciado como superficial. En poco más de un año y medio desde su irrupción en el ajedrez de élite Tal no solamente era campeón del mundo, sino que había introducido una nueva y revolucionaria forma de concebir el juego, presidida por la imaginación, la exactitud de cálculo y la audacia. Al mismo tiempo, legaba a la posteridad algunas de las más bellas partidas de ataque que se hayan jugado.  

Luego de su derrota ante Botvinnik, Tal no recuperó ya su corona; pero no sólo se mantuvo siempre entre los mejores, sino que fue testigo de privilegio de la continuidad del cambio que él había introducido. Después de Tal ya no se jugó el ajedrez de la misma forma, y de alguna manera Fischer, Spassky, Larsen o Kasparov son continuadores de su revolución. El sonriente y culto maestro de Riga no se retiró a meditar en sus laureles, sin embargo, sino que continuó –y continúa, y por muchos años– dando guerra; cuando ya se le consideraba acabado, más de una vez resurgió ganando torneos como en sus mejores años, y hubo algunas temporadas (1981, por ejemplo) en que volvió a ganar todo lo que se propuso. Menudo palmarés para quien fue considerado como un jugador frágil de salud. A sus 50 años, visiblemente avejentado, Tal parece más que nunca haber hecho un pacto con el diablo; mientras su cuerpo muestra las huellas de una acelerado y prematuro deterioro, su mente parece usufructuar toda esa vitalidad, y se muestra lúcida, juvenil, en plenitud creativa. Es el retrato de Dorian Grey en versión intelectual.  

Este libro es un largo y apasionante relato de la vida de un ajedrecista singular, recorrido a través de un diálogo entre él mismo y el periodista que juega constantemente el papel de confesor. No solamente contiene algunas de las más hermosas partidas de este genio del tablero, sino que brinda un cuadro completo y rico de los ambientes propios del gran ajedrez internacional, incluyendo agudos juicios sobre los sistemas de competición y críticas a la jerarquía del ajedrez soviético que se convierten, por elevación, en un cuestionamiento de la verticalidad de todo el sistema. Una verticalidad que lleva, por ejemplo, a que en este mismo libro el nombre de Korchnoi no se mencione en ningún momento. Por todo esto, su lectura es una constante fuente de sorpresas, interés y placer.